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19-Enero-2008 Joan Chittister
Hay dos vientos que soplan por el mundo. El primero, el fundamentalismo, trae consigo la garantía del absolutismo y la seguridad. El segundo, el incluyente, trae la promesa de un futuro nuevo, ciertamente ambiguo pero, al menos, expansivo. Estos dos vientos chocaron a finales de diciembre y todo el mundo está esperando a ver cuál de los dos es más fuerte.
Cuando Benazir Bhutto fue asesinada en Pakistán el 28 de diciembre de 2007, las agencias de noticias de todo el mundo contaron la historia política. A la mayoría se le escapó la historia cultural que está detrás. Los medios de comunicación se centraron casi en su totalidad en el hecho mismo de su muerte. Bhutto era una figura política que se había convertido en icono político y símbolo de una nueva vida para el país. Con ella murieron otras muchas cosas. Por ejemplo, la muerte de la paz que llegó con la muerte repentina de una popular candidata política en un Pakistán ya en tensión. No sólo murió Bhutto, sino también otros 40 paquistaníes gracias a los disturbios que ocurrieron.Murió también la confianza en el gobierno en general. Más de 400 edificios gubernamentales, nos dijeron, fueron incendiados en el caos que siguió a la pérdida de Bhutto para la vida política del país. Se destruyeron muchos colegios electorales, símbolo de la muerte de las elecciones libres, claro signo de la brecha entre el poderoso y el débil allí. Todos vimos, también, la muerte de la integridad en la televisión mundial. Dos médicos –el que le había tratado a la Sra. Bhutto cuando fue admitida al hospital, y el que hablaba como portavoz del gobierno al día siguiente– dieron versiones separadas y distintas de su muerte. El primero describió el estado de su cuerpo y las balas que le mataron. El segundo dijo al mundo que cuando Bhutto llegó al hospital “sus ojos estaban en blanco y no tenía pulso –signos ambos de parada cardio-respiratoria” causada, teníamos que creerlo, al golpearse la cabeza contra el borde del techo de su coche descapotable cuando cayó hacia adelante después de la explosión. Era obvio que uno de los dos médicos no estaba diciendo la verdad. La honestidad había muerto ostentosamente delante de nuestros ojos.
Pero otro tipo de muerte, ampliamente ignorada por la prensa pública, resaltó la gravedad de las otras cuatro. Con la muerte de Benazir Bhutto murió, también, un poco en todos los lugares, la esperanza de las mujeres de lograr justicia, de alcanzar un desarrollo humano completo, reconocimiento y participación en la vida pública.
Bhutto, que fue primer ministro de un gobierno secular, era en ese momento candidata a la reelección en un país que está inclinándose peligrosamente hacia la teocracia. Cuando le advirtieron de que su vida podía estar en peligro, su respuesta, según dijo la BBC (3 de enero de 2008) fue que “ningún musulmán mataría a una mujer”. Quizás no. Probablemente tampoco lo haría ningún buen católico, judío, hindú o budista. Pero ser católico o musulmán –o miembro de cualquier otro grupo religioso ortodoxo– tiene muy poco que ver con ello. El verdadero problema es el fundamentalismo, el primero de los vientos que soplan por el mundo.
Los fundamentalistas religiosos no pueden tragar a una mujer líder, es decir, un líder que es una mujer. Según el Washington Post (28 de diciembre de 2007: “Bhutto en el punto de mira de muchos grupos militantes”), algunos miembros de la inteligencia se resentían ante la idea de una mujer liderando un país musulmán”. Después de todo, como enseñan los fundamentalistas, Dios no quiere que las mujeres actúen como verdaderos seres humanos –que tomen decisiones, que tengan ideas y desarrollen su capacidad de liderazgo. El Dios que dio a las mujeres el mismo cerebro que dio a los hombres, lo hizo solamente para zaherirlas, para burlase de ellas, para asegurarse de que entendían la profundidad de su privación humana. Para estas personas, las mujeres sólo pueden ser servidoras de los hombres, no sus líderes. Iguales, dicen, pero “diferentes”. Estas personas harían lo que fuera por silenciar la voz de una mujer, para matar la influencia pública de una mujer.
El reportaje de investigación de la CNN, “Levantando el velo”, es muy claro sobre lo que les sucede a las mujeres allá donde los talibanes, la secta fundamentalista del Islam, tratan de ser –pretenden ser– la única y real expresión del Islam. En esos sitios las mujeres son prisioneras en sus propios hogares, permitiéndoseles estar en público únicamente en compañía de un hombre o completamente cubiertas, teniendo prohibido conducir o viajar solas. No tienen acceso a la educación, se las promete en matrimonio cuando son niñas y se las abandona en la calle si quedan viudas. Es una situación miserable y desesperada. “Es la voluntad de Dios”, dicen –como lo han dicho tantos otros antes.
En los gobiernos teocráticos, las otras religiones que no son la del estado existen únicamente por orden del gobierno que se dedica a mantener las leyes de la religión que le apoya. Mala suerte para todos los demás. Como para las mujeres.
El absolutismo es el viento antiguo.
El incluyente es el viento nuevo.
Y este viento nuevo también sopla. Benazir Bhutto, una mujer muy religiosa, proponía un gobierno democrático laico. En un estado laico todas las religiones disfrutan de igual protección legal. Todas las personas están a salvo de los excesos de la religión. Este es el viento de la justicia y la igualdad. Y es tan religioso como laico. Este es el viento que llega con aquellos que creen que los derechos humanos son para todas las personas creadas por Dios, que Dios llama a las mujeres y también a los hombres a continuar haciendo la voluntad de Dios co-creando el universo, siendo agentes morales. A votar, al sacerdocio, a enseñar, a pensar, a liderar.
Como resultado, las mujeres en todo el mundo, impulsadas por la religión, están pidiendo tanto a sus religiones como a sus gobiernos que se den cuenta de que mientras las mujeres puedan ser oprimidas, ignoradas, discriminadas, usadas, abusadas y hechas invisibles –todo ello en nombre de Dios– la humanidad es solo medio humana, el gobierno genera desconfianza y la religión corre el peligro de traicionarse a sí misma.
Hasta que se materialice el programa de las mujeres, hasta que las cosas cambien para las mujeres, hasta que todas las Benazir Bhutto, las Hillary Clinton, las Obispo Kathryn Jeffers-Shorri del mundo, líderes todas ellas, sean la norma y no la excepción, hasta que la dominación y la invisibilidad de las mujeres deje de ser achacada a Dios, la opresión será la norma. En este caso nada cambiará para las mujeres, cierto, pero tampoco nada cambiará para el resto del mundo. El hecho es que, tanto si se dan cuenta como si no, en última instancia, los opresores se limitan a sí mismos tanto como limitan a los que oprimen.
Desde mi punto de vista, me parece que está claro que las religiones que sólo pretenden ser religiones se mueven en el viento antiguo. Mira a tu alrededor a todos los grupos de mujeres que se levantan en todo el mundo. Por supuesto, todas ellas –como Benazir Bhutto– pagan su precio a los fundamentalismos religiosos. Pero, ¿alguien se ha dado cuenta?, estos grupos de mujeres líderes no desaparecen. No te equivoques: claramente otro viento que ningún asesinato puede hacer que amaine está ya soplando.
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